José Gabriel Núñez.
Hace cincuenta años se estrenó
mi primera obra, “Los Peces del Acuario”.
Fue en Puerto la Cruz. 27 de Abril de 1967. Al día siguiente nos
presentamos en Cumaná. Nos había invitado la Dirección de Cultura de la Universidad de Oriente. Nos
recibió un público entusiasta que se adelantó a la buena acogida que tuvo la
obra en Caracas el mes siguiente en la desaparecida sala Leoncio Martínez de la
plaza Tiuna.
Los Peces del Acuario marcó el rumbo definitivo que le di a mi vida.
Decidí levantar el telón y comenzar a caminar por distintos senderos de los que
había transitado hasta ese momento. Me hechizaron las candilejas, me deslumbraron
las luces que brillaban como trozos de
cristal o de diamantes y decidí quedarme escribiendo. Más tarde entraría a las
aulas de clase para hablar de teatro y de sus rigores con los estudiantes que
buscaban formarse en las academias existentes.
Así han pasado cincuenta años. Y cincuenta años son muchos años. Toda mi
vida. Decidí asumir la humanística condición y el reto que todo dramaturgo debe
enfrentar, la de ser un lúcido testigo de su época, de su entorno, pero no solo
limitándose al testimonio, sino enjuiciando,, abriendo heridas, señalando
contradicciones y los conflictos del hombre con sus circunstancias sociales sin
anclarse en una señal referencial.
Cincuenta años de fructíferas hermandades con los grandes maestros, con
las mejores actrices y actores de nuestro teatro. Directores, escenógrafos,
vestuaristas, técnicos. Con la influencia de sus ideas, de su disciplina, de su trabajo.
Cincuenta años de afectos, de cercanías
irremplazables y de honestidad intelectual
que me mostraban el camino que tenía que seguir y que he procurado
continuar transitando en esas direcciones.
La aceptación y los aplausos que mi trabajo ha recibido, se debe a la
solidaridad y a la complicidad que me han dado, no solo como artistas, sino
como seres humanos maravillosos. Por esa unión, he sido objeto de
reconocimientos, homenajes, he recibido premios importantes, entre ellos el
Premio Nacional de Teatro, sin haberlos buscado ni negociado.
Hubiese querido celebrar esta fecha, estas “Bodas de Oro” con todos
ellos, pero algunos se han ido y las circunstancias del país no son propicias
para pensar en celebraciones estruendosas. Un país lamentablemente dividido y
un teatro que comienzo a visualizar fracturado, segmentado en parcelas que
lejos de unificarnos nos separan. Y
señalo esto, porque en este transitar también he conocido algunas miserias
humanas, mezquindades, insidias, envidias, traiciones, luchas de poder que no
se corresponden con la función del artista, arrebatos cuya existencia ni
siquiera imaginaba y que se agotaron en sí mismos sin que me obstaculizaran
para seguir adelante.
Celebro estos días con la presencia de esos seres que le dieron y le siguen dando afectos sin
sombras a mi vida profesional como el más preciado regalo. Uno de ellos, el más
reciente de estos obsequios, fue ver en escena el último de mis trabajos
escritos, “Casa de Sangre y Cenizas” impecablemente llevada al escenario, con
una maravillosa y acertada dirección y un emotivo equipo actoral que de manera
contundente transmitieron al espectador de forma notoria, todo cuanto quise
expresar en ella y provocó su categórica respuesta.
Cincuenta años de Los Peces.
Cincuenta años escribiendo teatro. Coincidencialmente, llego a cincuenta obras
escritas. Hago memoria de estos años serenamente, con la presencia de todos
cuantos se han ocupado de mis textos y me han aportado enseñanzas y
experiencias pero sobre todo ética y honestidad intelectual. Igualmente aplaudo al espectador que ha atendido a mis Inquietudes,
mi supuesto humor y a mis voces de alerta. Comparto con todos ustedes y por
ustedes me decidí a escribir estas líneas como excusa, en solitario, para decirles una sola palabra:
GRACIAS. Gracias porque he tenido la suerte, mucha suerte, de haberlos
encontrado en mi vida.
Quedan pendientes dos proyectos por escribir. Dos obras que hablen sobre
el país, que le hablen al país que hoy tenemos. Y desde las aulas, mi
permanente preocupación porque nuestra dramaturgia sea conocida, estudiada en
escuelas y universidades, y no relegada al olvido y a veces descalificada,
vilipendiada despectivamente por algunos de nuestros creadores, cuando es y ha
sido una de las más sólidas de Latinoamérica y de las que con mayor valentía ha
perfilado la problemática social de nuestros pueblos.